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| Cristóbal Balenciaga (1895-1972) |
Hablar
de Cristóbal Balenciaga es hablar del mejor diseñador de la historia, de uno de
los más destacados e influyentes creadores de moda del siglo XX, de un
referente mundial. Autor de muchísimas
aportaciones al mundo de la alta costura, hay tres imprescindibles de citar: la
puesta en valor de partes del cuerpo de la mujer más allá del trío canónico
(pecho-cintura-caderas); la consquista del espacio en torno al cuerpo, que
proporcionó siluetas inéditas, y la capacidad para reinterpretar, desde un
gusto moderno, la indumentaria histórica. Tal y como decía Christian Dior, “él
es el director de la orquesta y nosotros los músicos que seguimos la dirección
que nos marca”. Hubert de Givenchy, otro de sus admiradores más destacados,
además de amigo, dijo en una ocasión que “Balenciaga no sólo ha creado un
estilo, sino también una técnica. Es el arquitecto de la alta costura”.
Cuarenta y dos años después de su muerte nadie duda de que elevó la moda a la categoría
de arte.
Admirado y respetado por diseñadores y
clientela, revolucionó el mundo de la alta costura desde sus inicios, allá por
1911, cuando entró a trabajar como sastre en la sucursal que los grandes
almacenes parisinos Au Louvre habían abierto en San Sebastián y donde, en tan
solo dos años, se convirtió en jefe del taller de la popular sección de
confecciones para señoras. Ese ascenso le permitió viajar a París y conocer de
primera mano la obra de los grandes modistos de la capital francesa, como
Worth, Doucet o Paquin. Pero no solo esta influencia parisina marcaría su
trayectoria. Establecimientos como New England o Casa Gómez, instalados en San
Sebastián debido al fenómeno del veraneo de la alta burguesía en la vecina
Biarritz, formaron a Balenciaga en las rigurosas técnicas de la sastrería
inglesa, cuyo dominio constituyó uno de los pilares de su sistema de trabajo
durante el resto de su vida.
Balenciaga no pararía hasta
establecerse como modisto de alta costura por su cuenta en San Sebastián, cosa
que consiguió en 1917, con tan solo 22 años. Sus viajes a París para presenciar
las colecciones de sus admiradas creadoras Chanel, Vionnet o Louise Bolanger
eran continuos. Mientras crece su fama entre las damas de la corte y la alta
sociedad, Balenciaga va ganando libertad creativa y empieza a presentar en su
salón los diseños propios mezclados con los de los diseñadores parisinos.
Primero Londres y luego París fueron
sus destinos cuando la guerra civil española le hizo emigrar, aunque no por ello
cerró los talleres que ya había abierto en España hasta aquel momento, en San
Sebastián, en Madrid y en Barcelona. Fue en agosto de 1937 cuando Balenciaga
hizo la presentación de su primera colección en la capital internacional de la
moda, París. Las colecciones presentadas tuvieron un éxito abrumador entre
clientas, críticos y editores de moda por su elegante sobriedad y exquisita
costura. Los diseños que presentó, aunque con influencia parisina, estaban
inspirados en la indumentaria tradicional e histórica española. Para ello
Balenciaga recurrió a los grandes
maestros de la pintura española como Goya, Zurbarán y Zuloaga. De Goya capta
sus tonalidades y el negro, con sobrevestidos transparentes. De Zurbarán, esos
vestidos que estaban formados por capas de seda y que permitían al artista
mezclar colores complementarios. Balenciaga emplea su paleta de colores y sus
drapeados, que dan una gran caída a sus diseños.
Los vestidos Infanta de 1939 iniciaron
un periodo dominado por las siluetas princesa, que eran combinaciones de
tejidos majestuosos, como el terciopelo o el raso, con ricos bordados de
azabache y aplicaciones de pasamanería, así como el uso del encaje negro en
forma de mantilla o accesorios tradicionales similares.
Tras
hacerse un hueco muy importante en la alta costura, son muchas las aportaciones
que el diseñador hizo al mundo de la moda, fruto de un trabajo riguroso,
perfeccionista y a un elevado conocimiento de la técnica. Pero es en 1947
cuando Balenciaga consigue encumbrarse en lo más alto, cuando logró lo que sin
duda constituye una de sus mayores contribuciones a la historia de la
indumentaria femenina: la introducción de una nueva silueta para la mujer. En
el mismo año que Christian Dior cautiva al mundo con el New Look, un nostálgico
revival de las románticas siluetas del siglo XIX, el diseñador vasco
sorprendía con la presentación de líneas fluidas y curvadas y volúmenes que
rompían con lo establecido.
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| Abrigo fucsia de línea baby-doll (1958) |
Balenciaga era un genio de las
proporciones. El cuerpo de la mujer era para él una escultura viva que la moda
podía completar. Así empezó a dibujar líneas que se despegaban del cuerpo: los
abrigos de la línea tonneau, en forma de barril. Siguiendo con esos
principios que guiaron la línea barril, introduce el traje semientallado,
caracterizado por su volumen en la espalda que contrasta con el talle ajustado
en el frente. En 1955 presenta el vestido túnica, que constaba de dos piezas de
líneas rectas y depuradas que envuelven el cuerpo sin oprimirlo; seguidos por
la creación de los vestidos balloon, en forma de saco, que era un paso
más en la evolución del creador. La revolución del creador no quedaría ahí,
continuaría con los vestidos baby-doll, aniñados y espaciosos,
caracterizado por la sencillez de su silueta trapezoidal que elimina el talle,
creación del año 1958; y los vestidos queu de paon, es decir, “cola de
pavo real” (cortos por delante y largos por detrás). Estas fueron algunas de
las creaciones más innovadoras y exitosas de aquella época, que se convirtieron
en historia de la moda occidental, a las que modistos y críticos se rindieron.
Se puede decir que, en la década de los cincuenta, con cada una de sus
colecciones marcaba tendencia. Marcó tendencia hasta en la utilización de las
telas, pues crean para el modisto el gazar y el supergazar, un tejido delicado
y ligero, pero con mucho cuerpo, apto para los diseños escultóricos que
buscaba. Un diseñador muy prolífico, pues sólo entre 1954 y 1955, Balenciaga
abocetó 607 diseños y vendió 2.325 modelos, convirtiéndose en uno de los grandes
couturiers de moda. Como dijo su gran admirada Coco Chanel, otra de las
referencias indispensables en el mundo de la moda en aquellos años: “Es el
único de nosotros que es un verdadero costuriers, pues es capaz de
diseñar, cortar, montar y coser un vestido de principio a fin”.
Balenciaga decía que “un buen modisto
debe ser arquitecto para la forma, pintor para el color, músico para la armonía
y filósofo para la medida”. Así era él: revolucionario, metódico, reservado,
tenaz y perfeccionista. Bien llamado el “arquitecto de la moda”. Y todo eso se
reflejaba en sus diseños.
Enamorado de la comodidad -porque para
el diseñador si las mujeres van cómodas se sienten bellas y lo transmiten con
elegancia-, sus modelos son perfectos, de austera belleza, que huyen de adornos
superfluos y ceden todo el protagonismo a la mujer. Así, para el día, reinventa
los trajes sastre, que los presenta en el año 1959 con nuevas líneas, con
chaquetas cortas y talles subidos, con una gran calidad arquitectónica. Eso
para el día, pero para sus creaciones de noche destaca el estilo imperio, de
talle alto. Y aunque concibe siluetas cada vez más puras y abstractas, no
renuncia ni a la utilización de la más rica pedrería en sus espectaculares
vestidos ni a una gama nueva de colores. Fue el primero en introducir en un
traje de alta costura el color fucsia.
Pero además de todas estas revoluciones
en el mundo de la moda, presenta un estilo sport de gran elegancia y
sorprende con la introducción de las primeras botas altas, realizadas por
Mancini, en diseños de alta costura. Y hace un recorte de las mangas para que
las grandes damas puedan lucir sus joyas o guantes.
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| Traje de novia de satén blanco de la Reina Fabiola |
Esa experimentación de Balenciaga con
la arquitectura de los trajes llegaría a su máxima expresión a finales de la
década de los sesenta con la creación de magníficos trajes de novia. El traje de novia de la Reina Fabiola de Bélgica dio la vuelta al mundo, pues fue el
primer gran acontecimiento que miles de personas pudieron admirar en directo
gracias a la televisión. En Bruselas había nevado y el termómetro no superaba
los cero grados, pero la joven española se presentó en la catedral de San
Miguel con un deslumbrante traje de novia de satén blanco, con una larga cola y
varios adornos de piel de visón en el escote y en talle. El conjunto, que se
ceñía ligeramente al cuerpo, lo había diseñado Cristóbal Balenciaga en armonía
con el carácter sencillo y elegante de la novia. Ese diseño vino a confirmar el
prestigio del diseñador español, que ya había cumplido entonces 65 años y que había
visto cómo la fama se multiplicaba además por la publicación de ese vestido en
todas las revistas del mundo.
A partir de ese momento desarrolló
nuevas telas, reinventó las siluetas y creó los vestidos de novia de algunas de
las mujeres más famosas del mundo. Con su gran perfección, creó su famoso
vestido trapecio para novias usando una sola costura. El vestido trapecio era
sin mangas, con una línea en A y una gran cola. El cuello del vestido quedaba
erecto sobre las clavículas, enfantizando las líneas del cuello de la novia,
dándole aspecto de cisne. Además, inspirado por el flamenco español, Balenciaga
comenzó a incorporar en los diseños de novia tres capas fruncidas. La primera
era un corpiño sostenido por ballenas. La segunda era una seda color crema que
se deslizaba como una cubierta de chifón. Y la parte externa era un corte con
tres capas de fruncidos, con cuello bote, sostenido por breteles de seda que
acentuaban los arcos.
En 1968, más de cincuenta años después
de que abriera su primer establecimiento de costura en San Sebastián,
Balenciaga anunciaba el cierre de todas sus casas de París, San Sebastián,
Madrid y Barcelona. El modisto se tomaba un merecido descanso tras toda una
vida dedicada a la superación y el perfeccionamiento de su oficio, y lo hacía
en medio de la revolución juvenil de la década de los setenta y el triunfo del
prêt-à-porter, que se estaba imponiendo en todo el mundo en decadencia de la
alta costura, algo que el modisto no entendía, pues para él el vestido es “la
casa del cuerpo, y cada cuerpo era diferente”. No entendía esa fabricación en
serie de diseños, al igual que odiaba la minifalda.
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Carmen Martínez Bordiú y Alfonso de Bordón, el día de su boda |
A pesar de su retiro, Balenciaga
realizó diseños para amistades íntimas, familiares y compromisos, como en el
caso del traje de novia de Carmen Martínez-Bordiú, con el que contrajo
matrimonio el 8 de marzo de 1972. Era un conjunto de raso natural blanco, con
ciertos reflejos grises y rosáceos, de manga larga, y dotado de un bordado en
el que predominaban las flores de lis, especialmente la que destacaba sobre el
pecho. Tan solo unas semanas después, el 24 de marzo, Cristóbal Balenciaga
fallecía en Javea, Alicante.
Su nombre conserva un prestigio que
perdura en el tiempo y una herencia que pocos diseñadores han logrado, algo que
parecía improbable cuando aquel joven que trataba de emular a su madre y a su
abuela en un pequeño pueblo pesquero de la costa vasca dibujó sus primeros
diseños.